Hay un pueblo en otra ciudad y no sé cómo se llama

30/3/09

La casa es blanca y podré acostumbrarme

La mudanza ha sido cansadísima. Montones de cajas etiquetadas y polvosas. Hace un par de meses decidí salirme de mi ciudad natal, supuestamente para escribir en la tranquilidad del campo o de otra ciudad donde sea un desconocido más. Un pueblo donde sea el citadino incómodo que llegó a San Cristobal para cambiar la fortuna de sus mujeres, sin embargo, soy el mismo pendejo que dejó su casa en la colonia Condesa, el mismo pendejo que no lavará el colchón antes de dormir por primera vez (otra vez) en él, el mismo pendejo chingatumadre que se enamorará de la primera chiapaneca que cruce la calle vestida con una falda holgada y azul, una blusa blanca de tirantes (que hará resaltar sus pezones) y sandalias que seguramente adquirío en el mercado principal de esta ciudad.

No me siento solo, la casa es grande y creo que me acostumbraré al horrible ventanal de colores que hay en la estancia. La verdad es que dejar una ciudad no te hace más importante, te hace más pendejo. Claro, serás el wey al que sus amigos le escribirán un mail una vez por semana, quizá dos, si son amigos entrañables. Después serás el wey que despertará a media noche y descubrirá que no hay nada de mail nuevo en la bandeja de entrada, porque (perdejito de mierda) todos tus brothers salieron con tu ex vieja y las amigas de tu exvieja y con tus ex amigas, que resultaron ser ex amigas de tu ex vieja. O en el mejor de los casos fueron a casa de Karlo para mirar el partido de la Selección Mexicana. Mientras yo desempaco una caja llena de libros que sé no volveré a leer nunca más; libros que contienen hermosos separador es (que te vendió una chica de trenzas en Coyoacán y que compraste para que detrás de un horrible separador "ecológico" ella anotara su teléfono y dirección de correo electrónico, sin embargo, cuando le llamaste ella te mandó al buzón de voz y decidiste mandarla a la verga. Pese a eso separo las páginas que deseo recordar de un libro con un separador que tiene dos o tres teléfonos de mujeres que nunca me cogí).

Reafirmo, dejar una ciudad no te hace matar otra. Te hace el hombre que necesita saber todos los días que regresar a Ítaca es de lo más aburrido.

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