Hay un pueblo en otra ciudad y no sé cómo se llama

31/3/09

Para Efraín

Me tragué una torta de chilaquiles. Acá comen cosas raras, así que me dispuse a poner mi propio estilo y me la comí con frijoles y un atole de arroz.

Desempaqué la primer caja de libros y al fondo, muy escondida, apareció mi revista "La zorra vuelve al gallinero" (Revista de Arte y Poesía, cabe aclarar). Recuerdo cuando el pinche Efraín me la regaló un día de mi cumpleaños. El cabrón llegó con una bolsa de pan y una cerveza en la mano; una fotografía lugarcomuncliché, he de decir. Para el caso el Efraín se puso en guardia y sacó de la bolsa de pan una revista y luego leyó: Nuestro primer sueño es una muchacha, etcétera.
Baja esa pinche pistola, cabrón. No queremos que nadie salga lastimado, le respondí.


El desierto de los niños


Nuestro primer sueño es una muchacha
-siempre una muchacha-
que camina por las calles de cristal
de la clínica donde nació.
Dossier de niños tiritando
de tanto viajar. Dossier de lunas en la ventana.
de parejas fugaces, utópicas,
besándose las manos.
Nuestro primer sueño es una muchacha, etcétera,
que camina por bodegones murmurando para sí misma
-la locura nos apartará del centroizzquierdismo,
la esperanza electriza a los más desesperados:
ideas retráctiles, suaves como la colección de fotos
que un adolescente guarda
para las improbables noches a campo libre,
pero que le ayudan.
Nuestro primer sueño es un horóscopo divertido, pesimista,
una muchacha leyendo el periódico
una tarde de verano,
las nubes que pasan por encimita del mar
(te creo, te creo, llueve interminablemente),
y otro que piensa: "la dureza de mi mirada"
mientras se lo sacude
después de mear sobre el muro.

Bruno Montané y Roberto Bolaño




30/3/09

La casa es blanca y podré acostumbrarme

La mudanza ha sido cansadísima. Montones de cajas etiquetadas y polvosas. Hace un par de meses decidí salirme de mi ciudad natal, supuestamente para escribir en la tranquilidad del campo o de otra ciudad donde sea un desconocido más. Un pueblo donde sea el citadino incómodo que llegó a San Cristobal para cambiar la fortuna de sus mujeres, sin embargo, soy el mismo pendejo que dejó su casa en la colonia Condesa, el mismo pendejo que no lavará el colchón antes de dormir por primera vez (otra vez) en él, el mismo pendejo chingatumadre que se enamorará de la primera chiapaneca que cruce la calle vestida con una falda holgada y azul, una blusa blanca de tirantes (que hará resaltar sus pezones) y sandalias que seguramente adquirío en el mercado principal de esta ciudad.

No me siento solo, la casa es grande y creo que me acostumbraré al horrible ventanal de colores que hay en la estancia. La verdad es que dejar una ciudad no te hace más importante, te hace más pendejo. Claro, serás el wey al que sus amigos le escribirán un mail una vez por semana, quizá dos, si son amigos entrañables. Después serás el wey que despertará a media noche y descubrirá que no hay nada de mail nuevo en la bandeja de entrada, porque (perdejito de mierda) todos tus brothers salieron con tu ex vieja y las amigas de tu exvieja y con tus ex amigas, que resultaron ser ex amigas de tu ex vieja. O en el mejor de los casos fueron a casa de Karlo para mirar el partido de la Selección Mexicana. Mientras yo desempaco una caja llena de libros que sé no volveré a leer nunca más; libros que contienen hermosos separador es (que te vendió una chica de trenzas en Coyoacán y que compraste para que detrás de un horrible separador "ecológico" ella anotara su teléfono y dirección de correo electrónico, sin embargo, cuando le llamaste ella te mandó al buzón de voz y decidiste mandarla a la verga. Pese a eso separo las páginas que deseo recordar de un libro con un separador que tiene dos o tres teléfonos de mujeres que nunca me cogí).

Reafirmo, dejar una ciudad no te hace matar otra. Te hace el hombre que necesita saber todos los días que regresar a Ítaca es de lo más aburrido.

28/3/09

Paspalum nicorae

La pendeja de Maricela robó mil pesos de mi caja fuerte.

La sorprendí cuando bajaba las escaleras y contaba el dinero.

Le dije:

-A ver, pendejita, ¿qué llevas ahí?

-Es mi pago por todo este pinche tiempo perdido.


Cogí mi suéter amarillo, lo amarré a mi cintura y bajé los escalones lentamente.


-Mañana tengo que ir al banco y depositar ese dinero, niña.

-Mañana tengo que comer, amor. Además ir al estilista, todo este asunto de te dejo-me dejas, no ha sido fácil para mí. ¿Ves mi cabello, mi cara, mis manos? ¿Pretendes que me vaya al carajo con esta pinche facha?

-Ya, Maricela, abre las piernas, quiero comerme tu coño antes de que te vayas a la mierda.

Maricela y la vecina son amantes desde hace cinco semanas. Lo supe el día del cumpleaños de mi padre, cuando él sonrió al abrir el regalo de Lulú, la vecina. Ahora ella era su nueva hija. Yo el inútil que construye edificios para grandes corporativos en Inglaterra.