Hay un pueblo en otra ciudad y no sé cómo se llama

6/5/09

Una mujer con tapabocas me pidió la hora



Un lápiz dibuja una especie de pecera. En ella nadan tres peces de colores varios. Me detengo y dibujo una estrella de mar. Todo esto sucede mientras el último trago de whisky resbala por mi garganta. Pienso en los pechos de Scarlett Johansson, trato de hacer memoria para darme cuenta que no tengo claro si en alguna película ella ha salido completamente desnuda. Decido darme una ducha y escuchar el nuevo disco de The Killers. En meses no he bajado ningún otro disco ni por equivocación. Me resisto a borrar archivos de música malísima que consideraba hace un par de años, la nueva ola creacionista de la música. Me doy cuenta tristemente que mis gustos musicales y pictóricos no se han modificado en cinco años. Tengo la firme idea que Van Gohg es el mejor pintor de todos los tiempos y que Caifanes es la panasea del movimiento (¿movimientos?) musical del siglo XX.

Para el caso, el idiota iPod pone una canción de Tv on The Radio y comienzo a bostezar. ¿Acaso la vida de soltero resulta tan predecible? Digo, cualquiera que me viera decubriría en cinco minutos que todas las mañana me despierto, enciendo un cigarro, me coloco los lentes y enciendo la Mac. Primero reviso mi mail, toda la bandeja de entrada está llena de veinticinco mensajes del Facebook, entre invitaciones a grupos de pintura, música, literatura, chismes, etc., toda la horda de gente desconocida que ha aceptado mis invitaciones para que me agreguen a su FB (invitaciones que no recuerdo haber enviado), uno que otro mail del trabajo donde dice que reunudaremos clases después del 6 de mayo, un mail de una amiga que vive en Oaxaca y otro sobre la síntesis informativa de la Academía de Cine.

Selecciono todos los mensajes y los elimino. Me estiro en la silla y enciendo otro cigarro. Decido revisar los mismos blogs de siempre, la mayoría de ellos escriben cosas que no comprendo. No hago ningún esfuerzo por hacer una segunda lectura. No tiene caso, todo lo que se escribe en los blogs es saludablemente desechable, así que mejor soy paciente y espero al siguiente día para leer de nuevo los blogs y quizá por fin haya algo que me excite o me deje menos aburrido. Un carnal en el messenger hace rabietas por la discriminación hacia los mexicanos en todo el mundo. A mí sinceramente me da igual.


Imagino a toda la gente, oficinistas en su mayoría, que aún suben al metro o camiones con cubrebocas. En el avión de regreso me obligaron usar un tapabocas verde durante todo el viaje. Aún lo conservo. Hace un poco de frío en la casa. Me cargo mi gabardina verde y salgo al jardín. Quisiera sentirme solo, deprimido, enojado, sin esperanza.


Regreso al escritorio, recuerdo un texto de Vila-Matas e imagino a un niño de trece años que sale a caminar por las vías del tren que pasa todos los días a las cinco de la tarde, frente a su casa. El chico no piensa suicidarse hasta que descubre que su madre le hace sexol oral a Lucía, la vecina de la casa celeste, la misma mujer que un día le metió el dedo entre las nalgas, cuando él tenía ocho años.


Me río y sigo con el dibujo de la pecera, mientras en la televisión un argentino habla de un nuevo shampoo para hombres.




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